Es interesante ver las reacciones cuando, después de haber anunciado algo, cumples tu palabra. Me explico: el pasado día 17 se realizaba un concierto en Sevilla que tuvo polémica por tener como organización a alguien de quien ya avisamos en un comunicado a principios de mes que no le daríamos ningún tipo de publicidad. Debido a todo ese revuelo, las bandas en cuestión lanzaron un comunicado anunciando que al final serían estas las que lo llevaban adelante sin nadie más (que casualidad que ese anuncio que hicieron en redes sociales ya lo hayan borrado). Como de costumbre, los medios debemos de cumplir una serie de requisitos para la acreditación de prensa y, cuando me hacen llegar las del evento en cuestión, uno empieza a sospechar que la persona organizadora en cuestión sigue estando detrás por unos antecedentes conocidos. Una de ellas era enviar una entrevista a cada una de las bandas que tocaban de las que sólo recibimos una y que tenemos publicada. Al llegar el día, llegué a la sala y, con poca sorpresa, apareció la persona en cuestión a la que no queremos dar publicidad y, por los principios de la familia de Algoderock, decidí emprender el camino con mi macuto (aunque luego se diga que no estuvimos y otras habladurías nimias).
Como ya tenía la mosca detrás de la oreja de que esto pudiera pasar, mantuve un as bajo la manga para no sentirme un tanto imbécil por salir de mi casa con el macuto con la cámara y no usarlo ese día para nada: ese mismo día estaba la fiesta organizada por la gente de La Taberna del Dragón Verde donde The Groggy Dogs iban a hacer un pequeño show en formato acústico. Así que emprendí rumbo a mi nuevo destino, además de hacer algo que, tampoco es que lo fuera mucho, pero que era un poco diferente a lo que estoy acostumbrado a hacer.
Aun habiendo llegado con tiempo, la cantidad de gente que estaba en el bar cerca de una hora antes de que comenzara la actuación era brutal, sólo había que ver el no parar detrás de la barra de Sue, Zoe y Salva (enorme aplauso para ellos tres también por la incansable noche de trabajo que se pegaron), sin olvidar el de Javier haciendo del vigilante de las puertas del bar para no beber donde no se debía para evitar problemas legales. Las cervezas no paraban de salir, la gente disfrazada de pirata (que se llevaba un chupito gratis) se mezclaba con la gente que iba de calle buscando un pequeño hueco para tener sitio para poder ver algo al grupo. Tirando de la experiencia de tanto concierto, conseguí moverme y ponerme de manera para poder sacar alguna que otra foto al grupo.
Aunque el formato sea diferente, hay algo que es lo habitual en ellos: lo ponen todo patas arriba y saben cómo ponerse a la gente en la palma de la mano como les da la real gana. Repasando títulos de su discografía, aquello parecía una típica bar de conciertos underground de Inglaterra en la que con cuatro personas en la parte del suelo y otras cuatro en el techo, la sala estaba a desbordar. Lo que era increíble era la diferencia de decibelios que se notaba cuando estabas dentro con la gente y el grupo actuando y la gente cantando. Dentro no cabía un alfiler, pero tampoco es que fuera del local hubiese poca que digamos. Algo que también me llamó la atención fue que, en esa ocasión, la tripulación era de cuatro miembros, ya que esa noche no contaban con el bucanero (lo admito, se me olvidó preguntar el por qué debido a tanto ajetreo).
Mucha gente venía vestida para la ocasión, siendo más de un disfraz realmente elaborado y bastante chulo que podría haber sido sacado de la serie Black Sails o de Piratas del Caribe, algo que dio bastante juego para reflejar cómo fue aquello (y la gente siempre suele ser participativa para este tipo de cosas, algo que también se agradece, todo sea dicho de paso). Además, con tantísima gente, podría haberse rodado perfectamente una nueva versión de La Isla del Tesoro.
Lo que sí era evidente era que, por la gran afluencia de gente, la temperatura dentro era bastante alta y era necesario estar fuera de vez en cuando para tomar el fresco, cosa que cambió cuando acabó el concierto con un éxodo de gente buscando el aire de la calle como si no les hubiera dado la brisa en la cara en años y otros aprovechábamos para tomar algo dentro.
Pese al inicio de la tarde del sábado (y determinados comportamientos posteriores), el hecho de contar con un plan B para algo que ya olía a chamusquina desde un momento, ha servido para ver lo que hay detrás de la máscara de determinadas personas. Sin duda alguna con lo que me quedo es con haber hecho algo con un punto diferente a lo habitual donde no hay tanta presión como en un concierto a la hora de tener que estar pendiente de tantas cosas. Sólo me queda decir que The Groggy Dogs siguen siendo una maravilla de escuchar en el formato que sea y que La Taberna del Dragón Verde es, como se dice allí, un lugar donde caben todas las criaturas donde las sirven por pintas y que son unos trabajadores excelentes después del palizón que se pegaron aquella noche.