El pasado sábado 28 de agosto se celebró nada más y nada menos que la XVI edición del Guarrock Festival Campillos, la edición, sin ningún tipo de dudas, más complicada y difícil de gestionar, planificar y ejecutar por las razones obvias que ya conocemos. La situación sanitaria debida a la pandemia Covid está afectando de lleno a la celebración de eventos culturales en general, y conciertos y festivales musicales en particular, en especial los nocturnos y en espacios cerrados. Sobre todo, teniendo en cuenta que el pasado año lo pasamos prácticamente en blanco y pusimos todas nuestras esperanzas en este año que corre, sin esperar ni mucho menos que fuese a ser tan complicado todo, tan lento, y con tantos cambios de restricciones. Y de nuevo, todas las esperanzas para el año que viene. Ciertamente se hace largo y tedioso, pero… ¡ya queda menos!
Algo de Rock no hemos querido dejar pasar la oportunidad de escribir unas líneas sobre lo que nos pareció el festival, con una ilusión nueva, renovada, después de más de un año sin poder asistir a un evento de estas características. Las ganas no se podían contener. ¡¡Vamos allá!!
El evento ya arrancó con buen pie antes de empezar por varias razones; la primera por congregar un cartel tan diverso y completo, con bandas tan emblemáticas y, ojo, difícil de traer por estos lares, como Radiocrimen y Ángelus Apátrida. Dos bandas muy diferentes, pero con una trayectoria intachable y directos descomunales. Mucho mérito. El cartel lo completaba los guasones Loncha Velasco, que va creciendo día a día, y la banda local Jaleo, que abría el festival en una noche espléndida. La siguiente razón es que, días antes de su celebración, nos dieron dos agradables noticias: la de los precios en barra, y la de la posibilidad de estar de pie y sin mascarilla siempre que la distancia de seguridad se garantizase; y gracias al amplio recinto, se garantizaba con creces. Los precios populares de la barra, bien barato, sirven de ejemplo para otros festivales que creen que el público asiste a Puerto Banús, con unos precios tan desorbitados como el ego de sus organizadores.
Empezaba a llegar la peña con la apertura de puertas, quince minutos antes de que arrancara Jaleo, con su punk rock cargado de energía, con su último lanzamiento “Discordia” bajo el brazo. Actuación cortita pero intensa, y una oportunidad para darse a conocer y seguir creciendo rodeados de buenas bandas. Nos encanta que los festivales apuesten por las bandas locales.
Turno para los Loncha Velasco. Noche ya cerrada en campillos y la fiesta empezaba a caldearse, sobre todo con el buen rollo y la guasa que nos traen los buenos de los Loncha, una banda que aboga por un show gamberro muy divertido, en el que te puede aparecer el Papa y en cinco minutos, tu abuela en tanga ligando a través de tinder. Las risas estaban garantizadas. Aparte, la gran energía de las canciones hacía que buena parte del público apenas podía contener esas ganas que tenemos todos de pogo, tanto es así que el bueno de Rafa Muriana, la voz cantante, no pudo resistir la gran oportunidad que le daba un micro inalámbrico para unirse a ese pogo que se formó en un costado en una de sus últimas canciones. Memorable.
Y desde Bilbao, una banda que pocas veces se pueden ver por el sur, aterrizaba con su punk clásico y añejo, lleno de himnos y coros, los jodidos Radiocrimen. Con una puesta en escena brillante, los vascos llegaron cargados de energía y gamberrismo, soltando temas tanto clásicos, como del último LP del año pasado, un buen repaso a su dilatada discografía, dejando como es natural los platos fuertes para el final. Con ellos aprendimos, que, a veces, a amar mata, y que ahora son las chicas las que no quieren llorar, amén de una promesa que le hizo a Txarly Usher su sobrina: tenía que cambiarle el género al himno para que pudieran seguir teniendo trato. Anécdotas rockeras. Txarly ama a los animales, a los niños y también se enamoró del costado de los pogos, y además también es un Guarrock, pues se llevaba todo a la boca, micro y cable incluidos. La descarga de estos animales hizo las delicias de los amantes del punk, que empezaban a quedarse sin voz.
Y el plato fuerte de la noche estaba por llegar, la guinda del pastel. Con un decoro de escenario de los grandes conciertos, creando un ambiente infernal y poderoso, antesala de lo que se avecinaba. Cuando salieron esos cuatro heavys pelúos de Albacete (que escuchándolos cualquiera podría decir que son de California) y empezaron a tocar sin previo aviso, de repente sentimos como retumbaba nuestro pecho. Unos bombos que parecían pisotones de millares de elefantes, guitarras que rajaban como el filo de un machete, y una voz trash que daba hasta envidia. Con un mensaje muy humano y agradable, los Angelus venían también con cargamento variado, presentando temas de su último lanzamiento, disco homónimo, y tocando antiguas imprescindibles, como Sharpen the guillotine, que si bien no es tan antigua, se ha consolidado como pieza referencial de la banda. En definitiva, un trallazo inmenso que agitó inevitablemente los cuellos de otros muchos pelúos que se pusieron en “modo lavadora”. Tanto que acabando el concierto, y con él el festival, el público no pudo contener sus ganas de ver el gran espectáculo desde más cerca.
Una vuelta más que satisfactoria a los festivales, que hace tener esperanzas de cara al futuro de los conciertos a corto plazo. Quisiéramos dar un reconocimiento especial a los festivales de “formato pequeño”, con organizadores humildes, que aman la música rock y tanto se lo curran por hacer estos eventos en sus pueblos, y por su puesto en especial a Campillos y su Guarrock Festival, que por algo llevan 16 ediciones. Chapéu. MIL GRACIAS. Larga vida, que el rock no pare…
FOTOS
Texto: Adrián Madueño Alarcón
Fotos: Adrián Madueño Alarcón y Carmen Tevar Pliego