El pasado 23 de abril será una de esas fechas que, en cierto sentido, no la olvidaré. El por qué puede ser una tontería para muchas personas que lean este artículo, pero quienes me conocen (o puedan identificarse al final) van a saberlo.
Os pongo en situación: una semana antes, Larri, guitarrista y voz de Vándalus, estábamos en un bar hablando de sesiones de fotos y, entre unas cosas y otras, salió la oportunidad de ir con el grupo a Jerez de la Frontera, concretamente a la sala La Guarida del Ángel, en calidad de fotógrafo y de roadie (o pipa, como quiera llamarlo cada uno). Entre que no era la primera vez que hacía algo similar y, lo más importante, que llevaba desde el último Palacio Metal Fest (7 de marzo de 2020 para ser exactos) sin escuchar música en directo, no tardé ni medio segundo en aceptar la propuesta.
Como un niño el día de la víspera del día de reyes, ya lo tenía todo preparado de antemano desde el día anterior para no tener ningún tipo de problema al día siguiente. Llegado el día, nos pusimos en marcha. Cuando empecé a meter en la sala el equipo que empezamos a descargar, se me hizo bastante extraño el hecho de ver mesas con pequeños grupos de 2 o 3 sillas a su alrededor, pero duró poco por la alegría de volver a pisar una sala de conciertos. Cabe destacar que estaba todo realmente bien organizado por parte de la sala en lo que respecta al cumplimiento de las medidas higiénico-sanitarias.
Tras la prueba de sonido rutinaria y el café pre-concierto para terminar de coger energía (aunque el resto del personal fueron los que se tomaron un café, yo me tomé una cerveza por el que ya me tomé antes de salir de Sevilla), llegó el momento de la verdad. Si soy honesto (dejando a un lado el análisis más técnico del concierto que eso lo encontraréis en la clásica crónica del mismo), un concierto en estas condiciones es como ver a un animal enjaulado: lo disfrutas, pero no está en su verdadero hábitat. La gente canta igualmente y sonríe por disfrutar del evento, eso se nota claramente por mucho que les tape media cara la mascarilla, pero esa inmovilidad (salvo para ir al baño) no te deja poder vivirlo como quieres al 100%. La verdad, con el tema de estar sacando fotos o ayudando en lo que hiciera falta en el momento de la actuación, no podía quejarme mucho de tener que estar todo el rato sentado.
Eso sí, en los primeros momentos probé el hecho de verlo sentado, pero mi cuerpo reaccionó como el que es alérgico a algo que su cuerpo no tolera: mi propio cuerpo me impedía el hecho de ver un concierto sentado. Era como si el asiento tuviese alfileres. Al final, con tanto estar de arriba abajo, se agradece tener un sitio donde descansar un poco.
Lo realmente importante es que pude ver por fin de primera mano que la gente está dispuesta a ver un concierto sentada con tal de poder disfrutar de la música que tanto aman. Precisamente esto me lleva a la conclusión de este artículo: que mi cuerpo tiene que terminar de adaptarse a eso de ver un concierto sentado fuera de casa y, en segundo lugar, pero mucho más importante, que LA CULTURA ES SEGURA y que la gente quiere disfrutarla, sea con las medidas sanitarias que sean mientras no se la quiten.
En último lugar, no podía cerrar este artículo sin agradecer y dedicar a la familia de Vándalus (Larri, Jose Antonio, Jesús, Julián y Andrea) por el trato inmejorable que me dieron desde el segundo 0 y, por supuesto, de poder haber vivido esta experiencia, ya que de no haber sido por ellos aún estaría muriéndome por las esquinas porque habría ido a un concierto. Salud y Rock Andaluz.